El fracaso
escolar es algo que nos preocupa tanto a padres como a educadores y que,
desgraciadamente, está a la orden del día, dado el elevado porcentaje de
estudiantes que lo sufren (un 38% en Andalucía según las últimas cifras
oficiales).
Pero, ¿qué es
realmente el fracaso escolar? El problema radica en que cuando hablamos de
fracaso escolar, automáticamente evocamos la imagen de un estudiante de la ESO , desmotivado en su vida
académica, que arrastra una larga cola de suspensos en diferentes asignaturas y
parece no preocuparle demasiado. Sin embargo, esa visión peyorativa que
mantenemos de nuestros jóvenes que fracasan en sus estudios no puede ser más
equivocada en la inmensa mayoría de los casos.
Estudios e
investigaciones recientes nos informan de la verdadera realidad: el fracaso escolar comienza
en muchos casos a vislumbrarse en torno a los 7 años, en segundo de primaria,
donde empiezan a apreciarse dificultades relacionadas con la comprensión lectora
y los cálculos matemáticos. Sin embargo, es en la Educación Secundaria cuando se hace más evidente, ya que
los requisitos endurecen y el esfuerzo ha de ser mayor.
De esta forma
quizá podamos entender un poco mejor lo que está ocurriendo en la educación con
estos jóvenes, pues parece un símil perfecto a lo que pasa en sanidad: si a un
enfermo no se le atiende cuanto antes, lo más probable es que empeore y el
tratamiento posterior resultará más difícil y más caro, además de que corremos
el riesgo de que la enfermedad se vuelva crónica e irreversible. En nuestro
caso el enfermo es el alumno que en Primaria comienza a presentar ciertos
problemas de aprendizaje. Si ante estos síntomas no aplicamos un “tratamiento”
efectivo inmediato, nuestro “enfermo” cada vez entenderá peor lo que lee o lo
que calcula en las diversas materias y, aunque avance, llegará un momento
(generalmente en 6º de Primaria o ya en la ESO ) en que ya no es capaz seguir, especialmente
si su problema le ha llevado a repetir algún curso y le ha desmotivado para
seguir estudiando.
Lógicamente,
ante esto el primer planteamiento que nos surgirá es: De acuerdo, pero ¿qué es
realmente un “tratamiento” efectivo e inmediato?
Una manera
adecuada de abordar el problema del fracaso escolar será aquella que, en primer
lugar, intente ser lo más preventiva posible, evitando el famoso “vamos a
esperar” (de ahí su carácter inmediato). Es muy común últimamente que se tienda
a "esperar" a ver qué ocurre y cómo evoluciona el niño. Sin embargo,
cuando un niño muestra una dificultad, existe un motivo para ésta, y que este
motivo desaparezca por sí mismo no es lo común, pues normalmente se debe a
fallos en la base del desarrollo del niño, y por lo tanto no se puede
“esperar”, porque a estas edades supone perder el momento idóneo para actuar e
intervenir en el problema, permitiendo, así, más fallos en las bases del
conocimiento y, por tanto, mayores y más profundos problemas en el futuro.
Por otro
lado, además de inmediata, nuestra actuación debe ser efectiva. Una actuación
efectiva será aquella que use y ponga a disposición del alumno/a todos los
recursos disponibles para solucionar el problema.
Entre estos
recursos se encuentran, por supuesto, aquellos que brindan los centros
escolares (detección precoz de las dificultades por parte del cuerpo de
profesores, intervención del Departamento de Orientación, apoyo educativo
dentro del centro, formación en técnicas de estudio, etc.). Sin embargo, estos
recursos no son suficientes por sí mismos y necesitan, por parte de la familia
del alumno/a, una posición activa, es decir, una serie de actitudes y acciones
que favorezcan unos resultados positivos. Entre ellas destacan, por su importancia
primordial, una comunicación fluida y directa entre la escuela y la familia, interesarnos
por los cambios que podamos observar en nuestros hijos/as a nivel académico
(bajada de notas, desmotivación, apatía hacia el estudio…), una instauración de
rutinas y horarios donde aparezcan marcados tanto tiempos de ocio como de
estudio y, si las posibilidades de la familia así lo permiten, buscar apoyo
psicoeducativo profesional externo que favorezca la superación de estas
dificultades.
En
definitiva, el fracaso escolar es un enemigo peligroso, capaz de ocultarse
detrás de diversas máscaras, y que pone en grave riesgo el futuro de
nuestros/as jóvenes. Pero que no cunda el pánico, ya lo estamos combatiendo. Y
si familias y educadores nos unimos contra él hombro con hombro, tened por
seguro que lo venceremos.
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