lunes, 10 de diciembre de 2012

EL FRACASO ESCOLAR: UN ENEMIGO DURO, PERO COMBATIBLE


El fracaso escolar es algo que nos preocupa tanto a padres como a educadores y que, desgraciadamente, está a la orden del día, dado el elevado porcentaje de estudiantes que lo sufren (un 38% en Andalucía según las últimas cifras oficiales).

Pero, ¿qué es realmente el fracaso escolar? El problema radica en que cuando hablamos de fracaso escolar, automáticamente evocamos la imagen de un estudiante de la ESO, desmotivado en su vida académica, que arrastra una larga cola de suspensos en diferentes asignaturas y parece no preocuparle demasiado. Sin embargo, esa visión peyorativa que mantenemos de nuestros jóvenes que fracasan en sus estudios no puede ser más equivocada en la inmensa mayoría de los casos.

Estudios e investigaciones recientes nos informan de la verdadera realidad: el fracaso escolar comienza en muchos casos a vislumbrarse en torno a los 7 años, en segundo de primaria, donde empiezan a apreciarse dificultades relacionadas con la comprensión lectora y los cálculos matemáticos. Sin embargo, es en la Educación Secundaria cuando se hace más evidente, ya que los requisitos endurecen y el esfuerzo ha de ser mayor.



De esta forma quizá podamos entender un poco mejor lo que está ocurriendo en la educación con estos jóvenes, pues parece un símil perfecto a lo que pasa en sanidad: si a un enfermo no se le atiende cuanto antes, lo más probable es que empeore y el tratamiento posterior resultará más difícil y más caro, además de que corremos el riesgo de que la enfermedad se vuelva crónica e irreversible. En nuestro caso el enfermo es el alumno que en Primaria comienza a presentar ciertos problemas de aprendizaje. Si ante estos síntomas no aplicamos un “tratamiento” efectivo inmediato, nuestro “enfermo” cada vez entenderá peor lo que lee o lo que calcula en las diversas materias y, aunque avance, llegará un momento (generalmente en 6º de Primaria o ya en la ESO) en que ya no es capaz seguir, especialmente si su problema le ha llevado a repetir algún curso y le ha desmotivado para seguir estudiando.

Lógicamente, ante esto el primer planteamiento que nos surgirá es: De acuerdo, pero ¿qué es realmente un “tratamiento” efectivo e inmediato?

Una manera adecuada de abordar el problema del fracaso escolar será aquella que, en primer lugar, intente ser lo más preventiva posible, evitando el famoso “vamos a esperar” (de ahí su carácter inmediato). Es muy común últimamente que se tienda a "esperar" a ver qué ocurre y cómo evoluciona el niño. Sin embargo, cuando un niño muestra una dificultad, existe un motivo para ésta, y que este motivo desaparezca por sí mismo no es lo común, pues normalmente se debe a fallos en la base del desarrollo del niño, y por lo tanto no se puede “esperar”, porque a estas edades supone perder el momento idóneo para actuar e intervenir en el problema, permitiendo, así, más fallos en las bases del conocimiento y, por tanto, mayores y más profundos problemas en el futuro.

Por otro lado, además de inmediata, nuestra actuación debe ser efectiva. Una actuación efectiva será aquella que use y ponga a disposición del alumno/a todos los recursos disponibles para solucionar el problema.

Entre estos recursos se encuentran, por supuesto, aquellos que brindan los centros escolares (detección precoz de las dificultades por parte del cuerpo de profesores, intervención del Departamento de Orientación, apoyo educativo dentro del centro, formación en técnicas de estudio, etc.). Sin embargo, estos recursos no son suficientes por sí mismos y necesitan, por parte de la familia del alumno/a, una posición activa, es decir, una serie de actitudes y acciones que favorezcan unos resultados positivos. Entre ellas destacan, por su importancia primordial, una comunicación fluida y directa entre la escuela y la familia, interesarnos por los cambios que podamos observar en nuestros hijos/as a nivel académico (bajada de notas, desmotivación, apatía hacia el estudio…), una instauración de rutinas y horarios donde aparezcan marcados tanto tiempos de ocio como de estudio y, si las posibilidades de la familia así lo permiten, buscar apoyo psicoeducativo profesional externo que favorezca la superación de estas dificultades.

En definitiva, el fracaso escolar es un enemigo peligroso, capaz de ocultarse detrás de diversas máscaras, y que pone en grave riesgo el futuro de nuestros/as jóvenes. Pero que no cunda el pánico, ya lo estamos combatiendo. Y si familias y educadores nos unimos contra él hombro con hombro, tened por seguro que lo venceremos.



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